El Blog de Emilio Matei

sábado, 23 de marzo de 2013

Antonio Misetich

Antonio Misetich fue mi último jefe antes de la dictadura de Videla. Por ese entonces yo trabajaba en la CNEA, sede central, justo enfrente de la ESMA. Él fue el que me había contratado en Exactas algunos años antes, después de mi viaje a Italia. Allí fue mi jefe hasta que el ministro Ottalagano nos echó a todos, a más del 75% del personal. Él me contrató mientras era jefe de Asuntos Estudiantiles, luego lo pasaron a Secretario Académico de la facultad. ¿O fue al revés? Ya no lo recuerdo con exactitud.

Antonio Misetich
Antonio Misetich, con un doctorado del MIT, había sido jefe de magnetismo de la Bell Telephone and Telegraph a una edad en la que sólo las personas geniales consiguen esos puestos. Según se decía, a la desaparición a los 26 años de su hermana cuatro años menor, Mirta Misetich, y de su cuñado, Juan Pablo Maestre, militantes peronistas a veces considerados los primeros desaparecidos de la Argentina, había quedado tan afectado psíquicamente que ya no había vuelto a ser el mismo ni como científico ni como persona. Divorciado, a veces con una hija a cuestas a la que trataba con enorme cariño, deambulaba por la facultad siempre con el mismo saco de corderoy verde seco y con los pantalones haciendo juego. Era un hombre bajo, de pelo siempre un poco demasiado largo y sucio, con la cara destruida por el acné y una higiene que dejaba que desear. Su actitud con las mujeres era enamoradiza e infantil y sus intervenciones públicas eran memorables. Formado en el Partido Comunista y militando como peronista, le era casi imposible concluir un discurso sin introducir algunos de los lugares comunes del Partido, lo que volvía loco a sus compañeros. Hay que tener en cuenta que por su prestigio internacional era una figura muy solicitada para sostener, junto al rector Dussel, la imagen de la facultad.

Para mí Antonio sigue siendo una de las figuras más emblemáticas de lo que significó el Proceso de Reorganización Nacional, como se autodenominaron los militares golpistas. Antonio era un hombre herido, dulce y genial. Aunque no lo conocí  en forma demasiado personal de eso estoy seguro porque me consta. Sí pude verlo actuar con un respeto absoluto por los demás y con una brillantez  luminosa cuando aparecía en él el científico. No podía ser un peligro para nadie más que para él mismo y hubiera podido hacer enormes aportes para el país. A lo mejor, también, el tiempo lo habría ayudado a salir de su tragedia familiar. Pero no pudo ser, alguien decidió que había que asesinarlo.

Antonio Misetich desapareció a pocos días del golpe. Hoy me gustaría compartir la tristeza que me produce su recuerdo.

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